miércoles, 30 de julio de 2008

Fábula de la silvo-anarquía

Era la selva y tenía una ley.
La ley era la del más fuerte y siempre que se la nombraba era peyorativamente porque nadie creía que fuera justa.
La cría de impala preguntó a su madre sobre esto mientras corría, minutos después de su nacimiento para salvar su vida, escapando de las hienas. Mamá impala respondió: - Es la ley de la selva y es la única que tenemos-.
Y así andaba la cosa, con cada cual en su nicho alimenticio; que como todo el mundo sabe está en la pirámide alimentaria.
De esta pirámide de la que los carnívoros de gran tamaño, seguramente por conveniencia, tienen una visión simplista, con ellos en la cima y las hierbas allí en la base, se hacían muchos chascarrillos, sobretodo en los lugares más íntimos de la selva. Los mejores en las madrigueras de los topos, ¡que mala leche la de estos cegatos!
En una pared de una de estas madrigueras dicen que hay bajorrelieves con un león en el piramidón siendo devorado por unos buitres, que de paso sobrevuelan la pirámide poniéndola perdida con sus excrementos; cuentan que otro más antisistema tiene sobre la dicha pirámide un ácaro de la sarna en plan deidad y en la misma todos los grandes mamíferos están pelones y rascándose como locos.
Pero todo esto es parte del juego, funciona desde que el mundo es mundo y por lo tanto el sistema, que sabe que la ley no gusta a todos, acepta a los disidentes mientras se guarden las formas. Como dice el rey león: -si aguantamos a los cocodrilos que tenían que haberse extinguido en la última glaciación no vamos a aguantar cuatro ratas cobardes y miopes-.
Bueno, esto ha sido así casi siempre, porque hubo una vez en que una hiena y un buitre la liaron. Os cuento.
Todo empezó cuando dos familias, una de hienas y otra de buitres, acababan de dar cuenta de un elefante macho, muerto de vejez bajo unas acacias.
Como no había buenas térmicas y las aves pesaban más de lo normal para volar, andaban éstas recelosas de las hienas, pero a aquellas la panza les tocaba el suelo y tampoco estaban para perseguir a nadie, así que andaban vigilando que los buitres no les sacaran un ojo.
Pasaron las horas y se quedaron soporíferamente dormidos los dos grupos.
Los primeros en despertar fueron, pues eso, la hiena y el buitre más despiertos.
Después de varios chasquidos, saludos abortados por la desconfianza y algún amago de contenida agresividad, empezaron una conversación sobre banalidades.
-Parece que como no caliente más el sol os va a costar volar- decía la hiena.
-Pues menos mal que le ha dado al paquidermo por morirse a la sombra- sino alguna de vosotras revienta.
Así hasta que se ambientaron y empezaron a hablar de economía y de política.
Primero con un repaso del año anterior en que los carroñeros habían tenido un balance inferior del esperado con perdidas aquí y allá entre los buitres, absorciones de manadas por otras en las hienas, etc.
Repasando la ley, parecía que ésta favorecía básicamente a los predadores natos cuando estaba claro que si se buscaba organización, ingenio y otras cualidades eran los carroñeros los que superaban a las otras especies.
-Y amplitud de miras. ¿Quien tiene más que nosotros?- pregunto retóricamente el buitre.
-¡Ahí me has dao!- exclamó la hiena.
Poco a poco hicieron un plan para trastocar aquel estado de cosas llevando el agua al molino de su beneficio. Se unirían hienas y buitres con la inestimable ayuda de los córvidos y perros de las praderas ya no en comensalismo, como toda la vida, sino en simbiosis.
El lema sería: Organización, simbiosis y.... -falta de límites- dijo el buitre.
Mientras despertaban, el resto de animales reunidos en aquel bosquecillo de acacias, eran convencidos por la extraña pareja de aquella novedosa idea.
Al poco tiempo la sabana y la selva dejaron de ser el reino de los leones, que se morían de hambre, al igual que otros grandes felinos, que después de horas de vigilancia y caza eran acosados por hordas de hienas, mientras los cuervos se les tiraban a los ojos en cuanto intentaban probar las piezas conseguidas. Todo esto controlado desde el aire por buitres estratégicamente colocados en el cielo para que en ningún rincón de la selva nadie pudiera disfrutar de sus monterías a gusto.
Y en el aire, las rapaces eran asimismo sometidas a un acoso constante para despojarlas de sus presas.
Este estrés de los predadores produjo una sobreactividad cinegética que únicamente favoreció a los carroñeros, pues los verdaderos cazadores solo tenían acceso a las sobras de estos.
Tanto cadáver espurriado produjo un aumento de estatus de especies como el quebrantahuesos, pero asimismo otras especies inferiores medraron en lo que parecía un macabro vertedero. Tenebrios, moscas de la carne y otros insectos empezaron a prosperar de tal manera, que la visión desde el aire cada día se dificultaba más, tanto a las rapaces como a las grandes aves promotoras de la situación, pero también a los propios pájaros insectívoros a los que teóricamente la cosa debía beneficiar. ¡Vamos! que el tráfico aéreo se volvió casi imposible.
En el suelo tampoco era mucho mejor, los insectos no dejaban pasturar a gusto y más de un búfalo mosqueado, había enloquecido al principio debido al acoso de los dípteros. Más tarde elefantes, ñus, hasta gigantescos infusorios como los hipopótamos se veían por todas partes en alocadas carreras.
A los topos en un principio todo esto les proporcionó mucho tema para sus bromas, pero en esta fase de la situación, con tanta tonelada corriendo por la superficie, su madriguera parecía una coctelera.
Pero lo peor no fue la hambruna, que en la mayor parte de la selva se estaba empezando a instalar, ni las molestias a las que todo el mundo estaba expuesto.
Tanto cadáver y tanto insecto vectorial produjo un gran estrés, también, en los ciclos de bacterias y virus. Las mutaciones cada vez eran más cercanas en el tiempo y con la debilidad que arruinaba a todas las especies de vertebrados vinieron las pandemias.
Y poco más y nos vamos todos a ............

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