miércoles, 22 de octubre de 2008

El sueño de un hombre ridículo

Soy un hombre ridículo. Ahora me llaman loco. Lo cual significaría haber ganado en categoría, si no continuara siendo tan ridículo a sus ojos como antes. Pero no me enfado ya por eso, ahora no guardo rencor a nadie y quiero a todo el mudo, aun cuando se me ríen….


Así empieza la narración “El sueño de un hombre ridículo” de Fiódor Mijáilovich Dostoyevski.

En ella el personaje principal, a la vez narrador, nos cuenta como tras un viaje, que hoy llamaríamos astral, llega a un mundo paralelo. Otra Tierra donde sus habitantes, todos y cada uno, son felices. Esto se debe a que no tienen asimilada la mentira. No la dicen, no la escuchan ni la padecen porque allí no existe.

Él, un buen día suelta una de esas mentirijillas por quedar bien, de esas inocentes sin malicia y debido al efecto mariposa, seguramente, aquel mundo se trastoca y se acaba pareciendo a este amasijo de infelices en que vivimos. Trata de enmendarlo, de arreglarlo porque se siente culpable pero ¡ni por esas! El virus ya estaba ahí…

Todo esto de un mundo que se va al traste y su paralelismo con la situación económica actual, me hizo rebuscar en los anaqueles el pequeño librito en, que junto con otras del mismo autor, se encuentra la historia de este hombre “ridículo”.


Pero lo que de verdad había movido mi ánimo era la creencia de que podría encontrar el desencadenante moral que había llevado a este mundo de curritos, empresarios, finanzas, brokers y demás familia que es el capitalismo actual al punto donde nos encontramos.

Porque si eres de los que a veces dices que hoy la palabra dada sigue siendo importante. Y lo dices en base a que mucha gente deja los esfuerzos de toda su vida en manos de otra gente que como prenda da poco más que su palabra (léase bancos). Si eres de esos, tienes que pensar que la pérdida de alguno de los llamados “valores humanos clásicos” ha tenido por fuerza que ser el desencadenante del derrumbe.

Así que me puse a buscar cuales eran considerados estos valores; y para universalizarlos más lo hice desde una perspectiva ajena a religiones o facciones políticas.

La lista es extensa así que descarté los valores que consideré menores como por ejemplo la PUNTUALIDAD o la ALEGRIA. Ya sé que hay mucha subjetividad en ello pero la primera lista que encontré pasaba de treinta y se iban añadiendo.

Personalmente, y casi de acuerdo con aquellos autores del tema que me iba encontrando, los valores humanos tradicionales más importantes eran: HONESTIDAD, RESPONSABILIDAD, GRATITUD, GENEROSIDAD, DECENCIA, SOLIDARIDAD, PRUDENCIA, EMPATÍA, RESPETO, PACIENCIA…

Y como diez es un buen número decidí hacer aquí una primera parada.

No sé en que van a basar la REFUNDACIÓN DEL CAPITALISMO que preparan G8 y compañía en su cita en Nueva York y de la que, cuando escribo esto, está excluida España.

No lo sé, pero no estaría de más que se dieran cuenta de que han sido la falta total de alguno de estos valores, sin los cuales ninguna sociedad o sistema de convivencia humano puede sobrevivir, lo que nos ha traído al lodazal donde nos encontramos.

La banca ha sido DESHONESTA, INDECENTE. IRRESPETUOSA e IMPACIENTE.

Y lo ha sido en un arrebato tal de IRRESPONSABILIDAD como el de los niñatos que juegan en sus timbas con el precio del petróleo.

Pero lo peor es que, como en ciertos supuestos de rehabilitación de delincuentes, ningún ciudadano de a pie sepamos ver en esta salvación a cualquier precio de la banca otra cosa que el premio a la falta de DECENCIA y HONESTIDAD.

Algo realmente burlesco.


Por eso espero que en esta reunión de Nueva York haya otro valor que según el grado en que se administra deviene más o menos importante: SERIEDAD.

Pero no la seriedad del burro contra la que arremetía don Miguel de Unamuno sino la de los hombres de RESPETO y DECENTES; vigilantes del bien de los suyos sin dejar de tener esa PUNTALIDAD con la ALEGRÍA de los justos.


Y para acabar completaré la cita del comienzo de la narración que me ha sugerido todo lo aquí expuesto.


…. sí, señor, ahora no sé por qué les tengo a todos mis prójimos un especial cariño. Hasta con gusto me reiría con ellos… no a mi costa precisamente, pero si por el cariño que me inspiran, si no me diesen tanta pena cuando los miro. Me dan pena porque no saben la verdad y yo sí la sé. ¡Oh, Dios mío, que pesado es no saber la verdad más que uno mismo! Pero eso no lo entienden ellos. No, no lo entenderán nunca.

Del relato corto “El sueño de un hombre ridículo” de Fiódor Dostoyevski.

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